Hace poco un maestro de música de mi hijo (a propósito, colega de profesión) me ha dicho en mi propia cara que si sabía que mi alemán es muy malo y que no le hacía ningún favor a mi hijo hablándole en alemán, porque por eso el niño no entiende cuando se le habla. Mi reacción no pudo ser sino la única posible: haberme quedado congelada por unos cuantos segundos. Creo que si me hubiese escupido en la cara no hubiese logrado un efecto tan contundente. Para mí, fue una ofensa, una gran ofensa. Una ofensa a las horas y horas de ahínco, de horas en un banco, horas repasando tablas de verbos, declinaciones, charlas con personas haciendo clases de intercambio. Una ofensa también para mi hijo, que goza desde siempre de las ventajas de una educación bilingüe y que habla con su idioma de niño. Que sí, que claro que no hablo como un alemán, al fin y al cabo no lo soy, ni nací, ni me crié aquí. Hablo con mi acento, y lamentablemente los cursos de alemán hasta nivel B2 poco y nada hacen respecto a trabajar la fonética. Y a los que siguen hay que pagarlos, y muy caro. Y el tiempo y el dinero no alcanzan. Que al fin y al cabo es el extranjero el que menos gana.

Este señor tuvo una reacción torpe por yo haber osado comentar, que quizá el método de enseñanza que él aplicaba con mi hijo no estaba funcionando, así y todo que lo comenté con mucha delicadeza y sin darlo como un hecho. Delicadeza que él no tuvo al hablarme. Seguramente su torpeza no tenía la intención de lastimarme. Lamentablemente no tuvo en cuenta que él me habló como quizá le habla a los niños, con poca empatía. A modo de sacarse el fardo de encima, y seguramente sin pensar demasiado, me pegó por donde más me dolió. Queriendo o sin quererlo. Voy a dejar aquí de lado cómo siguió todo este asunto, porque no viene al caso. Pero quiero dejar sentado que sí hubo una reacción de mi parte. De forma que se diera cuenta que su comentario había hecho mella. Ni siquiera en ese momento fue capaz de disculparse: arguyó que tuvo la intención de ayudarme.

No fue la primera vez: no olvidaré nunca cuando una maestra de guardería me dijo que quizá tenía que buscar ayuda profesional para con mi hijo porque no hablaba en el grupo. A esa edad tenía dos años y medio y mi hijo hablaba con nosotros (sus padres) en español con oraciones de muchas palabras. En ese momento, le pregunté a la educadora si acaso ella le hablaba a mi hijo en alemán, que al fin y al cabo él estaba preponderamente en ese jardín para adquirir el idioma alemán de hablantes nativos y que en la casa no se hablaba alemán, cosa que era sabida. Incluso, para que la comunicación les resultara más fácil, les confeccionamos una especie de “diccionario” con las palabras que mi hijo usaba habitualmente, para que supieran de qué hablaba cuando pedía algo. Al recibir ese comentario me dí cuenta que no quería que mi hijo siguiera en ese jardín.

Han pasado algunos años desde ese otro infortunado momento. Afortunadamente, hasta el día de hoy, la escuela no ha sido un problema. Mi hijo tiene una maestra joven, abierta de mente, de buen corazón, que siempre ha tendido un puente y con la que se puede hablar de igual a igual. Quizá tenga que ver el hecho de que es una escuela con una rama bilingüe en español, no lo sé, pero estoy muy agradecida de que hayamos tenido la oportunidad de llegar a esa escuela y poder hablar en nuestro idioma sin que se nos mire raro. Porque, si bien a veces se nos mira con una sonrisa por la calle porque hablamos nuestro “otro” idioma, he observado, no pocas veces, como alguna persona nos mira de forma molesta, quizá por el hecho de temer que estemos diciendo algo ofensivo o en su contra. Quizá porque no podemos hablar en tono de confesión. No lo sé.

Lo que he citado son sólo dos de los muchos ejemplos que podría dar acerca de lo complicada que se hace la integración en una sociedad que no ha tenido históricamente una intención integradora. Si bien con la nueva ley de extranjería del año ???? se han aliviado los problemas para muchos extranjeros, hay mucho trabajo en este sentido por delante. Por sobre todo, sería muy importante que los nativos no tendieran a una intención aleccionadora y paternalista. Que fueran capaces de hablar con el otro sin jerarquizarse. Sería también muy bueno que las informaciones para los extranjeros estuvieran a disposición en varios idiomas (y no sólo en inglés, que al fin y al cabo el español es muy escuchado en esta ciudad, y en este país en general. Esto, sin ir en detrimento de otros tantos idiomas que se escuchan). Es válido, sí, que alguien pueda querer ayudar a comprender una situación que quizá en otro lugar funciona de otra manera, pero, sea como sea y en el contexto que sea, siempre con respeto y empatía. Y lo mismo para nuestros hijos. Y para todos los que lleguen de otros lugares.