La chacra era ella. La abuela.
Estar a su lado era saber siempre hacia donde navegaba el barco. Igual si el mar estaba calmo o había tempestad. Esto era así! talvez porque ella siempre tenía el objetivo deseado ante sus ojos, mientras que los demás solo veían el camino y las dificultades.
Estar a su lado era fácil, ameno y era raro que alguien sintiese algún tipo de temor aún caminando de noche por la selva en busca de algún rancho perdido para ayudar a alguna familia, porque confiaban y creían en ella.
Fué después del mediodía cuando se reunieron en una parte exterior de la galería donde la casa estaba casi en su totalidad protegida del sol por un alero que la recorría en su exterior.
La casa situada en una parte del terreno que elevado, ofrecía un buen sitio para observar la caña de azúcar que ya estaba en todo su esplendor y pronta para ser cosechada. Todos nos alegrabamos por la futura miel de caña y la rapadura. Hoy, nadie pensaba en el trabajo.
Si bién es cierto todos disfrutaban del encuentro, nadie olvidaba el verdadero motivo por el cuál se habían reunido.
No había muchas oportunidades de juntarlos a todos en un momento del día, ya que el trabajo con los animales y las huertas los mantenían a todos ocupados en diferentes horarios.
Pero hoy, era un día especial. Talvez el día más especial en la vida de aquellos, que en los últimos años habían acompañado a la abuela en su trabajo.
Ahí estaban todos los que habían venido a despedirse de Elsa. Entre ellos sus tres hijos y nietos. Solamente el mayor de sus hijos vivía con la abuela. Ya en su juventud y diferente a la decisión de sus hermanos, Curt había decidido quedarse al lado de su madre, negándole a sus seguras ambiciones juveniles el desear ver algo mas del mundo que su pueblito Cerro Azul.
Curt fué de todos el más sabio. El era un hombre de esos que no necesitaban apostar en una mesa de casino para y a lo mejor obtener una ganancia por su inversión. Siempre confió más en su trabajo y en cosas tangibles como el propio esfuerzo y no en la caprichosa Diosa fortuna.
Sabían, que ya no la verían más.
Su amigo y médico de cabecera Proff, que ya había cumplido con lo que ella siempre había deseado ( una muerte digna ), se mantenía un poco alejado de todos, tal vez por tener algún sentimiento de culpa contradictorio que no podía pero tampoco le interesaba evitar. Además, todos allí sabían de lo que se trataba. Porque si bién estaba cumpliendo con el deseo de proporcionarle una despedida sin dolor, al mismo tiempo sentía una tristeza enorme, que no era común ver en un cirujano, acostumbrado a introducirse en los cuerpos de sus pacientes con exacta precisión y sin titubeos, donde los sentimientos no juegan ningún papel.
Esto de perder a su mas fiel compañera de trabajo de los últimos treinta años, en esa lucha que los dos venían realizando a favor de la vida de sus pacientes, le era difícil de imaginar y aceptar.
No cabía duda de que el golpe iba a ser mas fuerte de lo que el podía imaginar.
A medida que ella perdía paulatínamente sus fuerzas (y esto ya comenzaba a notarse ), desfilaban por delante de sus turbios, pero todavía hermosos ojos, amigos y familiares pero también imágenes entremezcladas y confusas de los momentos mas importantes y esenciales de su vida.
Las bicicletas con enormes ruedas delanteras, sus amigas de inglaterra y las peleas y discusiones con su cuñado Max. Las cartas que le enviaba a su madre, pidiéndole dinero para poder regresar a su casa materna en Alemania. Sus hijos vivos, sus hijos muertos. Sus maridos, su padre enfermo. Momentos de su infancia, adolescencia y recuerdos muy vagos de su corta estadía con John Dos en Brasil.
Despedidas, en puertos desconocidos. Barcos y enormes olas que rompían sobre las quillas y los pies fríos de sus hijos, cuando volvían por las tardes de la escuela, después de haber caminado cuatro kilómetros por el barro, para llegar a la casa cuando ya se había puesto el sol, acompañados por animales misteriosos que imaginados por Facundo Quiroga, custodiaban sus pasos por los senderos de la selva.
Sábanas empapadas de sangre por hijos no nacidos. La pipa de su marido Maximiliano. Las visitas a sus enfermos y sus manos todavía humedecidas por el agua curativa del Dr. Kneipp.
Los árboles de palta y la caña de azúcar. Los pirinchos por las noches y los pájaros carpinteros.
Los ruidos de la selva, que ahora, atraídos por los imanes de hierro de la tierra colorada, comenzaban a desvanecerse y a recostarse sobre las alfombras de los lapachos en flor.
Al ver pasar volando a una bandada de loros en silencio sobre su cabeza (que miraba al cielo recostada sobre una almohada), le dijo a su hijo Curt: creo que me estoy quedando sorda. Pero este no atinó a contestarle. El sabía muy bién que eran los efectos de la droga que le había proporcionado Proff que ya habían invadido sus venas, mezclándose con la sangre e iniciando los efectos químicos irreversibles pero deseados ultrajando su cuerpo y su espíritu, provocándole un cansancio, del que no se iba a recuperar jamás y de a poco ingresando a un limbo donde le sería imposible distinguir entre la realidad y la fantasía en las pocas horas de futuro que le quedaban.
Era verano. Sin embargo su hija menor le trajo una manta que la abuela había pedido porque comenzaba a tener frío. Un frío, como el que sintió en esa noche del treinta y seis, cuando regresó por tres meses a Alemania, después de una ausencia de casi treinta años, para anular su matrimonio con John Dos el Portugués y que le permitiría normalizar después de tanto tiempo, su situación familiar con su amado Maximiliano, responsable de las máquinas del barco que la había traído en uno de sus viajes a Suramérica y que también, luego fué el padre de sus hijos.
Tiempo después comprendió a pesar de esa típica ingenuidad extranjera, porqué se la habían llevado esa tarde detenida, y no solo por ayudar a borrar con unos trapos y un poco de agua la estrella de David que algunos habían pintado al frente de la panadería, que todavía pertenecía a una familia judía amiga ( los Tupper ), sino por el significado de su acción, que fué interpretada como un actitud abierta de protesta y una falta de respeto hacia el régimen Nazi y esto generalmente se pagaba con la vida.
De la familia Tupper, solo sobrevivió la pequenia Esther, que en ese entonces contaba seis años.
El resto, fué asesinado en Treblinka. De ellos seguramente existe alguna lágrima fundida en bronce sobre la vereda delante de alguna casa en la ciudad de Hamburgo donde vivían.
Lo que la abuela nunca supo, es que gracias a su cuñado Max y porque éste tenía un puesto muy influyente en una acería provedora del gobierno, la habían dejado en libertad junto a su valija, pero custodiada como un enemigo público dentro del camarote del barco, que la llevaría de vuelta a Sudamérica, a su Misiones, sin darle la oportunidad de despedirse de su familia.
Su suerte y la nuestra, fué de que no la deportaran a un campo de concentración y que el destino estuviese de su lado.
Max sabía que ella nunca se hubiese dejado ayudar por él. Las diferencias entre ellos eran imposibles de salvar. El, eligió a su hermana, una ama de casa hacendosa y dócil, a pesar de amarla a ella.
Elsa mi abuela, fué una de esas mujeres que se ganaron el derecho al voto. Fué una luchadora y combatiente en todos los frentes que le tocó actuar, siendo ésto en esa época, algo generalmente privativo de lo hombres.
Ella, nunca hubiese podido seguir viviendo en esa Alemania caótica y racista, sin comprender y sin poder explicar, ni tampoco concebir, ese cambio en su gente que siendo parte de una sociedad universal ahora era portadora del odio y la muerte consecuente, hacia aquellos que por el solo hecho de tener algún ancestro judío o ser simplemente diferentes, eran considerados enemigos de un régimen que en poco tiempo los iba a tratar de erradicar de la superficie de la tierra, convirtiéndolos en cenizas.
Recapituló un segundo, pensando si todo había valido la pena. Su vida y las vidas ajenas.
Ella, alguién que lo había tenido todo, pero que se decidió a vivir en la pobreza, a las orillas de la selva, para ayudar a esos que no podían ayudarse así mismos, combatiendo sus enfermedades y aliviando sus dolores.
La vocación y el amor hacia su prójimo y hacia esa tierra colorada que la cobijó, pero que también la atrapó para siempre, creo, fué mayor que su cordura.
Pero te comprendo abuela.
No te conocí personalmente. Sin embargo y por las historias contadas por mamá, y por otros relatos que fuí descubriendo de a poco, indagándole a la vida, aprendí a respetarte y a agradecerte el haberme elegido como a tu nieto.
Te expreso mi gratitud, regalándote una tibia lágrima besando tu frente ya fría, para que te acompañe hasta algún puerto lejano.
Me imagino bajando tus párpados con mis manos, para cobijar tus intensos ojos celestes, mientras te digo que sí!, que tu existencia valió la pena.
Y si hoy me parase delante de tu tumba inexistente, porque se la devoró una selva, que poseída por una vegetación insaciable borró definitivamente vestigios y testigos de tu pasado y el mío, tendría una actitud muy diferente a la que tuve, cuando mi madre me paró por primera vez delante de ésta, cuando tenía nueve años, en el pueblito de Olegario V. Andrade, en la provincia de Misiones.
Adiós abuelita!… te recuerdo en silencio. Y si me permitís, te digo que te quiero. Ich liebe dich!
Algún día pasaré a despertarte, para que tomemos unos mates juntos y para que nos contemos cosas.
Te dejo sola en tu intimidad y en las manos de quienes seguramente te vestirán de blanco, para que duermas tu merecido descanso.
Adiós abuela. Para mí,… siempre vas a ocupar el lugar mas alto en el podio, aunque nunca te hayan dado una medalla.
Einer nach dem anderen begann, sich von Großmutter zu verabschieden, während ihr Hausarzt, der ihren Bitten und Wünschen stets entsprochen hatte, sich ein wenig abseits hielt. Vielleicht aus widerstreitenden Gefühlen, die er weder verbergen konnte noch wollte. Obwohl er dem Wunsch nach einem Abschied ohne Schmerz beigepflichtet hätte, verspürte er eine sehr große, für einen Chirurgen, im Grunde untypische Traurigkeit, die seinen Patienten mit hoher Genauigkeit und Zielstrebigkeit vorzunehmen gewohnt war, wo eben Gefühle keine Rolle spielten. Aber er wusste wie alle Anderen, die zu Elsas Abschied erschienen waren, dass er sie nie wiedersehen würde. Die Tatsache, seine treueste Begleiterin der letzten dreißig Jahre im Kampf um das Leben seiner Patienten zu verlieren, war für ihn kaum vorstellbar noch zu akzeptieren.
Zweifellos war dieser Einschnitt in sein Leben heftiger, als er sich vorzustellen vermochte.
Als die Kräfte sie zusehends für alle erkennbar verließen, zogen an ihren müden, aber wunderschönen Augen Bilder der bedeutendsten und eindrucksvollen Augenblicke und Stationen ihres Lebens vorbei.
Die Fahrräder mit enormen Vorderrädern. Ihre Freundinnen in England. Die Streitereien und mit ihrem Diskussionen mit ihrem Cousin Max. Die Briefe, sie sie an ihre Mutter schrieb, die sie um Geld für eine Rückkehr in ihr Elternhaus in Deutschland bat. Ihre lebenden, ihre verstorbenen Kinder. Ihre Ehemänner, ihr kranker Vater. Momente ihrer Kindheit, ihrer Jugend. Die verschwommenen Erinnerungen an ihren kurzen Aufenthalt bei John Dos in Brasilien.
Abschiede in unbekannten Häfen. Schiffe und riesige Wellen, die sich am Kiel brachen. Die kalten Füße ihrer Kinder, wenn sie nachmittags nach kilometerlangem Fußmarsch über aufgeweichte sandige Wege von der Schule heimkamen, als die Sonne schon untergegangen war. Geheimnisvolle Wesen aus der phantastischen Tierwelt des Horacio Quiroga begleiteten ihre Schritte schützend entlang der Waldpfade.
Bettlaken mit dem Blut der Fehlgeburten. Die Besuche bei Kranken, deren Hände noch feucht waren von den Kneippkuren. Die Pfeife ihres Ehemannes Maximilian.
Die Avocadobäume und der Zuckerrohrschilf. Der nächtliche Ruf des Pirinchos und das Klopfen des Spechtes. Die durch das Magnetfeld der roten Erde verursachten Urwaldgeräusche die auf den Blumenteppichen der Lapachobäume zerrannen. Sie glaubte taub zu sein, als sie auf einer Matratze liegend in den Himmel schaute, einen Schwarm Papageien lautlos über sich vorüber fliegen sah. Aber nein! Es war die Wirkung der Medikamente, die bereits Besitz vom Blut ihrer Venen ergriffen und sich mit ihm vermischt hatten. Die irreversible, aber erwünschte, chemische Effekte auslösten, die Geist und Körper schädigten und Ermüdung bei ihr zeitigten, von der sie sich nicht mehr erholen würde.
Es war Sommer. Sie aber begann zu frieren und bat um eine Decke. Ein solche Kälte, die sie in jener Nacht des Jahres 1936 verspürte, als sie für drei Monate nach einer dreißigjährigen Abwesenheit nach Deutschland zurückkehrte, um ihre Ehe mit John Dos, dem Portugiesen aufzulösen, und um auf diese Weise ihre familiäre Situation mit ihrem geliebten Maximilian zu normalisieren, der auf dem Schiff, das sie nach Südamerika brachte, der verantwortliche Bordingenieur war. Er war der Vater ihrer Kinder Herta, meine Mutter, und Curt, mein Onkel.
In jenen Nächten im Kerker der Gestapo fühlte sie die gleiche Kälte wie jetzt, aber weit weg von dem in ihrer Geburtsstadt Hamburg erlebten Grauen, das sie erst einige Zeit danach zuordnen konnte. man hatte sie an jenem Nachmittag nicht allein deswegen verhaftete, weil sie geholfen hatte, mit einigen Lappen und ein wenig Wasser den Davidstern zu entfernen, den jemand an die Außenwand der Bäckerei, die der befreundeten jüdischen Familie Tupper gehörte, gepinselt hatte, sondern weil man ihr Verhalten als Protest und Respektlosigkeit gegenüber dem Naziregime ausgelegt hatte, was man normalerweise mit dem Leben bezahlte.
Von der Familie Tupper überlebte lediglich die kleine Esther, die damals sechs Jahre alt war. Die anderen Familienmitglieder wurden in Treblinka ermordet.
Meine Großmutter erfuhr nie, dass sie nur dank der einflussreichen Position, die ihr Cousin Max bei einem Staatsunternehmen innehatte, in Freiheit mit nur einem Koffer gelassen wurde und auf dem Schiff, das sie ohne Abschied von ihrer Familie nach Südamerika zu ihrem Misiones zurückbringen würde, unentwegt wie ein Staatsfeind unter Bewachung stand. Ihr Glück und somit unser war es, dass sie nicht in ein Konzentrationslager deportiert wurde.
Max wusste, dass sie sich niemals von ihm hätte helfen lassen. Ihre Meinungsverschiedenheiten waren unüberbrückbar. Er heiratete ihre Schwester, obwohl er nur Elsa liebte.
Elsa, meine Großmutter, gehörte zu den Frauen, die das Wahlrecht erstritten. Sie war eine Kämpferin an all den Fronten, die im Grunde dem Mann zur damaligen Zeit vorbehalten waren.
Nie hätte sie im damaligen chaotischen und rassistischen Deutschland weiter leben können. Sie konnte sich die Veränderungen, die eine bis dahin universell geprägte Gesellschaft erfasst hatte, weder erklären noch begreifen. Die plötzlich Hass auf jene empfand, bloß weil sie jüdischer Herkunft waren und daher als Feinde des Regimes betrachtet wurden, das wenig später alles daran setzte, sie von der Erdoberfläche zu tilgen und zu Asche werden zu lassen.
Sie ließ alles einen kurzen Augenblick Revue passieren, um schließlich darüber nachzudenken, ob ihr und das Leben anderer dies alles wert war.
Das Leben hat ihr alles gegeben, aber sie entschloss sich, in Bescheidenheit am Rande des Urwaldes zu leben, um den Hilflosen zu helfen und deren Krankheiten den Kampf anzusagen und deren Schmerzen zu lindern.
Ich glaube, ihre Berufung sowie die Liebe zu den Kranken und der roten Erde, die ihr Unterschlupf gewährte und sie gefangen hielt, waren stärker als ihr Verstand.
Aber Großmutter, ich verstehe dich. Ich habe dich persönlich nicht gekannt. Doch durch die Geschichten, die Mama erzählte und aufgrund der Nachforschungen und Schilderungen meiner Verwandten habe ich gelernt, dich zu bewundern und danke dir dafür, mich als deinen Enkel auserwählt zu haben.
Dankbar schenke ich dir eine kleine Träne und küsse deine schon erkaltete Stirn. Möge diese Geste dich auf deiner künftigen Reise begleiten.
Ich schliesse die Glieder deiner ausdrucksvollen, blauen Augen, um ihnen Schutz zu gewähren und rufe dir zu: Ja, dein Leben war der Mühe wert!
Und wenn ich mich heute an dein nicht mehr vorhandenes Grab stellte, das von der unersättlichen Vegetation des Urwaldes verschlungen wurde, die alle Spuren und Zeugen deiner und meiner Vergangenheit mit sich genommen hat, würde mein Verhalten ein ganz anderes sein, als mich meine Mutter zum ersten Mal mit neun Jahren an dein Grab in Olegario Andrade in Misiones führte.
A D I O S , A B U E L I T A !!! Ich lasse Dich zurück in der Stille!
Erlaube mir, dir zu sagen, dass ich dich liebe: ICH LIEBE DICH! (Te quiero!)
Eines Tagen werde ich dich wecken, damit wir gemeinsam Mate trinken und uns viel erzählen können.
ich lasse dich in den Händen jener, die dich in weiße Kleider betten, damit du deine verdiente Ruhe findest.
ADIOS, ABUELA! Für mich wirst du immer den höchsten Platz auf dem Podium einnehmen. Obwohl man die nie eine Medaille verliehen hat.