Te cocino algo rico/ Ich koche dir was leckeres. Sa 12. Mai, ab 19:00. Hofküche, Schanzenstr 34-36, Innenhof
Por Andrés Troya Holst.
“Los embajadores no son más que momias cocteleras” o algo parecido dijo alguna vez el presidente Correa. Probablemente tenía mucha razón, pero creo que la cosa está cambiando un poco. La diferencia no es, como dice la oposición, en que ahora los funcionarios del servicio exterior son “momias cocaleras”, sino en que por primera vez las embajadas y consulados se están esmerando en establecer un contacto con la comunidad ecuatorian emigrante, en expandirlo y profundizarlo. Me consta, pues hace unos pocos días me llegó una encuesta de la embajada en la que entre otras cosas me preguntaban: “Cómo cree que la embajada puede ayudarlo para que su situación personal sea óptima.” “Contrátenme para hacerles un cevichito en una recepción del cuerpo diplomático”, respondí y aniadí la cunia publicitaria: “Hago el mejor ceviche del norte de Alemania”.Otra prueba de ello la tuve hace poco, cuando me reencontré con el embajador de Ecuador en Dinamarca, cuando estuve de paso por ahí. A este destacado intelectual lo había conocido hace tiempo, cuando yo era un alumno de la secundaria y él era ya un consagrado escritor y ocupaba un puesto de ministro de estado. Un día, desde su despacho ministerial, llamó a mi casa para felicitarme por un cuento con el que había ganado un concurso colegial de literatura. Recuerdo que en esa conversación entre otras cosa me dijo algo así como “los escritores mediocres escriben mucho de sí mismos aunque escriban sobre otros, los escritores maduros son aquellos que escriben sobre otros aún cuando escriben sobre sí mismos”. A lo mejor, quién sabe, él llegó a creer que yo me convertía en uno de esos escritores buenos y no en un infidente vendedor de ceviches.

El caso es que cuando nos reencotramos después de tanto tiempo y en circunstancias tan diferentes, me dije: “Pilas, haz buena letra que si a éste senior lo mandan como embajador a Alemania a lo mejor ahí te puedes palanquear un puestito de agragado cultural o algo así” Le pregunté por si hija, así un poco en plano small talk, que había sido companiera de mi hermano. “Es actriz graduada en Cuba” me contó y yo, tan sipmático, pensaba, le quise contar una anécdota: “Pues seguro que uno de sus primeros papeles fue en una peliculita que hice para el instituto de televisón donde estudiaba, era una escena en la que tiraba con mi hermano” Los que estaban a mi alrededor –estábamos de hecho en una recepción coctelera- casi se atragantan.

Más tarde la comitiva -de la que yo un poco en calidad de colado formaba parte- fue invitada a una cena en su residencia. Fuimos recibidos por su seniora y su enorme gran danés. Empezamos con un coctel llamado manhattan que el embajador preparó personalmente. Me divertí al ver al pobre mesero sufriendo por la vajilla que portaba en el plateado charol (y por sus antebrazos y quizás hasta por su vida) cuando al entrar al salón le saltaba encima el descomunal perro con toda su humanidad. Después de la cena alguos de la comitiva dijeron: Bueno, ya creo que es hora de irnos” Y yo-como al cuarto manhattan-: “Pero por qué, si estamos cagados de risa”.

El embajador nos preguntó si queríamos ir al segundo piso de la residencia para hacerle al karaoke. “Un karaoke sin alcohol no es karaoke”, dije en un segundo de inspiración, y me creí portador de un salvoconducto que me permitía agarrar la botella de whyski del bar y llevarla al piso de arriba. El embajador cantó con una voz melodiosa, entonada y viril. El gran danés ladró orgulloso. Tuve entonces una revelación: supe que que para ser funcionario del gobierno de la Revolución Ciudadana hay que saber cantar. “La revolución no se hace con canciones, pero esta revolución la haremos cantando” suele decir Correa, que también en su programa de televisón semanal empunia el micrófono para (des)entonar alguna que otra canción. Yo soy una bestia cantando y para compensar mi horrible voz recurro en estos casos a cierto histrionismo un tanto marica. El embajador cantó “El triste” de José José y yo le respondí con “Quinceaniera” de Thalia y otro trago de whyski, luego él una de Leonardo Fabio y yo una de Kiara y otro whyski. Siguieron muchas canciones y muchos whyskis. Terminé cantando “Hacer el amor con otro” de Alejandra Guzmán, igualita a ella en el videoclip, arrastrándome por al alfombra, en cuatro, agarrado de la pierna del embajador. El gran danés se levantó, se tiró un pedo y desapareció en una habitación. Yo pedí un taxi.

Von Andrés Troya Holst.
“Die Botschafter sind nichts anderes als Cocktails trinkende Mumien” hat mal der Präsident von Ecuador Rafael Correa gesagt, oder so ähnlich. Wahrscheinlich war es vor ein paar Jahren so, ich habe aber den Eindruck, dass die Lage sich ein bisschen geändert hat. Der Unterschied ist nicht, wie die Opposition sagt, dass die Botschafter jetzt „Kokain ziehenden Mumien“ sind, sondern dass der auswärtige Dienst sich zum ersten Mal um die im Ausland lebenden Ecuadorianern kümmert. Ich habe vor kurzem sogar einen Umfragebogen von der Botschaft bekommen. Unter anderen stellten sie die Frage: „Wie kann die Botschaft Ihnen helfen, damit ihre persönliche Situation optimal ist?“ Ich antwortete: Sie können bei mir Ceviche für ein Diplomaten Abendessen bestellen“ und fügte meine Werbung hinzu: „Der beste überhaupt in Norddeutschland.“
Ich hatte vor kurzem ein Wiedertreffen mit einem Menschen, den ich vor vielen Jahren kennen gelernt habe. Damals war er schon ein junger Staatsminister und ein anerkannter Schriftsteller, ich ein Oberstufenschüler. Eines Tages rief er aus seinem Ministeriumsbüro bei uns zu Hause an, um mir zu gratulieren, weil ich eine schulischen Kurgeschichtenwettbewerb gewonnen hatte. Bei diesem Gespräch sagte er mir, nachdem er meine Erzählung gelobt hatte, so etwas wie: „Die mittelmäßigen Schriftsteller schreiben meistens über sich selbst wenn sie über andere schreiben. Die reifen hingegen schreiben über andere – sogar wenn sie über sich selbst schreiben.” Vielleicht dachte er, ich würde einer von den Guten werden, einer wie er und ahnte nicht, genauso wenig wie ich, dass ich als Ceviche-Verkäufer enden würde.Wie auch immer, ich traf ihn in Dänemark, wo er jetzt Botschafter ist, und sagte zu mir: „Mach jetzt bloß einen guten Eindruck, falls er nach Deutschland versetzt wird, kann er dir vielleicht eine Stelle als Kulturattaché in der Botschaft anbieten, oder zumindest deine Ceviches bestellen“ Also fing ich an, mich mit ihm zu unterhalten, und fragte so small talk mäßig nach seiner Tochter, eine Ex-Mitschülerin meines Bruders. „Sie hat auf Kuba Schauspiel studiert“ sagte er mit etwas Stolz. Dann erzählte ich ihm eine Anekdote, die er amüsant finden sollte: „Wahrscheinlich war eine ihrer ersten Rollen eine bei einem Filmchen, das ich als Fernsehstudent in Ecuador gedreht habe… da hat sie mit meinem Bruder gebumst“. Die Leute um uns herum – wir waren tatsächlich in einer feiner Cocktailparty – haben sich aus lauter Verlegenheit verschluckt.

Später wurden wir zu einem Abendessen in der Residenz des Botschafters eingeladen. Er, seine Frau und sein Dogge empfingen uns. Der Begrüßungsdrink war ein Cocktail namens Manhattan, den der Botschafter persönlich zubereitete. Ich amüsierte mich jedes Mal, wenn der arme Kellner beladen mit seinem Tablett voller Geschirr in den Saal reinkam und die Dogge auf ihn zustürmte. Nach dem Essen meinten einige aus der Gruppe: „Es war alles lecker, danke schön, wir gehen mal langsam“ Und ich, nach dem vierten Manhattan und mit Lust auf einem fünften: „Aber nicht doch, wir amüsieren uns wie Bolle hier!“

„Gut lass uns mal nach oben gehen und Karaoke singen“, sagte der Botschafter, „Karaoke ohne Alkohol ist kein Karaoke“ erwiderte ich und nach diesem Lehrspruch, nahm ich einfach die Flasche Whisky mit nach oben. Der Botschafter hatte eine sehr melodiöse und männliche Stimme. Ich hingen kann keine Note treffen und in solchen Situationen versuche ich, meinen Mangel an Musikalität mit einer etwas übertriebenen und tuntenhaften Theatralik auszugleichen. (Da wurde mir bewusst, dass ich nie einen Posten bei der Regierung haben könnte, wo alle Funktionäre gut singen können. Der Präsident selber greift gerne in seiner wöchentlichen Fernsehsendung zum Mikrofon und singt laut vor dem jubeldem Publikum: „Die Revolutionen werden nicht mit Liedern gemacht, aber dieser Revolution werden wir singend zum Siege bringen“ pflegt er zu sagen). Wir sangen viele Lieder (und ich trank viele Whiskys). Als ich das Lied „Sex mit einem Fremden“ sang, genauso wie in dem Video clip der mexikanischen Sängerin Alejandra Guzmán –und Sex Ikone meiner Jugend-, stand die Dogge auf, furtzte und ging weg. Ich lag auf dem Teppich, hielt in einer Hand das Mikrophon und in der anderen das Bein des Botschafters. Zeit, ein Taxi zu rufen.

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